domingo, 9 de octubre de 2016

Subida al Veleta 24/8/2016

A las 4:30, cuando la gente se levanta para ir al baño y seguir durmiendo, tocaba levantarse para desayunar, ultimar preparativos e ir hacia casa de Edu a cargar mi bici. Edu, tan puntual como siempre, estaba abajo con su bici ya cargada. Echamos la mía encima y salimos en busca de Manolo y Paco. Saludos de rigor, y marchando que no hay tiempo que perder. Cogemos la carretera y aún es de noche, ya al amanecer paramos a desayunar en un bar de carretera, nervios y risas (risas por los nervios) y retomamos el camino. No sin antes percatarnos de que Manolo y Paco un poco más y se quedan sin bicis, ya que se les habían desplazado en la vaca hacia atrás, así que toca colocar bien el invento y, ahora sí, tirarle hacia Capileira. Llegamos al pueblo, paramos a coger agua y soltar lastre en un bonito bar del pueblo, y por fin rumbo al punto de partida “La Hoya del Portillo”. Ahora sí empieza el cachondeo. Nos vestimos de guerreros, rojo y negro al poder, nos ponemos crema, casco, pulsómetros, garmins, talismanes, purpurina y hasta la colonia de la señorita pepis y cuando por fin estamos todas listas le damos a “on” a nuestros stravas, que sino ¿pa qué hemos ido? En el punto de partida sospechamos que hemos recortado unos kilómetros de la ruta, pero dada la dureza de la empresa en la que nos hemos embarcado, nos hacemos los locos y palante. 

Empezamos a rodar, y a los pocos metros ya se divisa un paisaje chulísimo, de foto. Adelantamos a unos ciclistas, lo que nos hace sentirnos poderosos, y seguimos rodando por la pista rumbo al Veleta. Manolo comenta que tiene “mal del alturas”, pero no le hacemos mucho caso, ya sabemos que es un poco quejica. Proseguimos la ruta muy animados, absortos ante el maravilloso paisaje, y unidos como buen club que somos.  Naturaleza, paz, tranquilidad y todo una pista para nosotros solos en la que disfrutar del pedaleo y las conversaciones con los amigos. Todo era así hasta que te adelanta un autobús. Parece ser que transporta senderistas hasta la “hoya de la mora” y molesta a los ciclistas allá donde se los encuentra. En fin…pasa de largo, nos hace tragar un poco de polvo pero no nos hace bajar la cabeza. Al llegar a la altura del refugio de Poqueira, comienza un sendero estrecho, muy empedrado, donde cada uno coge su ritmo, me quedo muy atrás y estoy bastante mareado, me cuesta mucho respirar, es el llamado “Mar de Alturas”, un mar muy bonito para bañarse, pero que en alta montaña te putea bastante. Tras apenas un kilómetro de subida técnica, llegamos a un llaneo donde paramos a hacernos la foto de rigor, y charlar con un ciclista. 



Este pequeño llaneo, el único tal vez, te lleva hasta la base del Mulhacén. Le comento a Paco, que si mis cálculos no me fallan, a la hora de comer estaremos abajo comiéndonos un plato alpujarreño.  Eran apenas las 13.00 y teníamos el Mulhacén muy cerca Seguimos subiendo. Lo veía claro. Merece la pena destacar que menos mal que me dediqué a la psicología y no a calcular cosas, porque vaya ojo…
Pasamos la base del Mulhacén, y llegamos al refugio “La Carigüela”, donde estaba previsto comer. Con ese nombre a uno le apetecen unos espetitos y una cervecita, pero pa mi que no va a poder ser. Un habitáculo con una mesa, una cama gigante y una encimera donde los montañeros dejan productos para que otros montañeros puedan consumir. Alucinante (como alucinante el muchacho que le puso el nombre al refugio). 
Para comer nos tomamos un plato de lentejas, un entrecot y de postre tarta oreo, es decir, una “edubarrita”. El bocata de jamón hay que reservarlo para la cima. Un rato de charla, cachondeo, fotos y a seguir. El “mar de alturas”, viene y va. Es como una borrachera barata, pero en el lugar menos adecuado, ya que hacer “eses” producto del mareo en un sendero que tiene una caída brutal entre peñascos no es lo más recomendable, pero bueno, habrá que disfrutar del mareito.

Seguimos subiendo, parece que tras cada curva va a estar el Veleta, y de hecho está. Pero no se ve, por lo que hay que seguir subiendo cuestas y entonando el uyyyy tras cada curva. Mirar a la izquierda da miedo, cualquier pequeño fallo podría hacer que te caigas por el precipicio y matarte, o peor aún que te caigas por el precipicio y partir el cuadro de la bici. Prefiero ni pensarlo. Verás la bajada… Seguimos subiendo, el calor aprieta desde hace un rato, y el paisaje, más propio de Marte que del Planeta Tierra no deja de sorprendernos. Vamos cada uno a nuestro ritmo, Manolo va muy adelante, yo bastante rezagado.

Y ahora sí, el uyyyy se convierte en un “ahiiiiiiii”. Ahí está el Veleta, carretera serpenteante hasta llegar arriba, pero ahí está. Edu y yo vamos juntos. Se ven los teleféricos que te llevan hasta casi la cima. Estamos bastante cerca. Y otra vez que me fallan los cálculos. Madre mía, bendito serpenteo que no acaba nunca, Edu se me escapa, Manolo y Paco ya están arriba, y yo a punto de llegar. A escasos metros del vértice, una rubia me da ánimos, ya hemos llegado. O eso creían estos, porque la rubia era un maromo de 1’80, pero bueno, se agradecen los ánimos. Llegada al pico, risas cachondeo, fotos y ahora tocaba el bocata de jamón, que de no ser por la edubarrita, Paco se hubiese comido gustosamente. Está empachado y no puede comer más, por lo que se convierte en el primer bocata de jamón en subir y bajar el veleta. Más risas y más fotos. Descubrimos que la rubia se llama Edu (como nuestro Edu). Y todo eran risas y fotos hasta que descubrimos que en esa cima, en la que tanto sufrimiento nos había costado alcanzar, había ¡una mujer de 85 años!, así que foto con ella, claro está. Nos resultó muy curioso que con esa edad hubiese subido al mulhacén, y siempre nos quedará la duda si es que no tuvo tiempo de haber subido antes, o es que aún nadie la había recogido de allí. En fin…que ya no teníamos que subir más, y ahora tocaba bajar. Yujuuuuu, la parte divertida.


Pero no iba a ser tan así. Paco está con un freno jodido, y la bajada se torna peligrosa, pero como buen club, nos solidarizamos con él y descubrimos que todos tenemos algún problema mecánico. Al que no le falla el freno, le falla la suspensión. Así que a bajar con cuidado de no caernos por el precipicio que se nos puede rayar el cuadro. Vamos bajando poco a poco, Edu decide caerse pronto, que ya sabemos que es costumbre en él, y si lo deja para más adelante era mucho más peligroso. Seguimos bajando, solo ha sido un rasguño, y ahora mejor no mirar a la derecha, porque acojona pero de verdad. Bajada rapisima pero muy breve, porque de repente aparece una subida. Y digo yo una cosa, si antes hemos estado subiendo durante 4 horas, y ahora toca bajar, ¿de donde coj___ sale esta subida? Me toca la moral y mucho, así que en vez de una, dos subidas. Paramos a reagruparnos en el refugio (esta vez en el de la Laguna de la Caldera) donde hay dos bicis eléctricas aparcadas, tomamos nota para la próxima. Ya tenemos muchas ganas de llegar abajo, yo al menos, estoy ansiado por llegar a los coches. Ya son muchas horas y mucho sol, me noto fatigado.

Seguimos bajando, aprovecho mi doble para adelantarme al resto, y ya puestos para reventar la rueda de atrás. El pinchazo me mina la moral y me vengo abajo, pero cuando aparecen Paco, Edu y Manolo, al verme que he pinchado se les ilumina la cara “por fin un descanso para nuestras manos!!!”. Cierto, no hay mal que por bien no venga, cambiamos la cámara más rápido que en los bóxer de la F1 y a seguir, que ya queda ná. Vamos pabajo. Mucha velocidad, piedras saltando para todos lados, cuidadín con los problemas mecánicos (que al final no dieron tanto la lata, menos mal) y llegada a los coches.

Ahora sí, reto concluido. Besos, abrazos, fotos, caras sonrientes, subidón de moral, quitarnos la ropa de romanos, guardar bicis y pal bar. Llegamos al bar, cocacola, queso, salchichón, café y filipinos, y pa Córdoba. No sin antes hacer entrega de la taza honorífica a Manolo por sus 1500km del mes de agosto. Coches, carretera y manta. Son casi las 20.00 y hay que volverse. Al igual que vimos amanecer desde el coche, ahora vemos el anochecer. Paramos a cenar en un bar de carretera, bocata de calamares reconstituyente y caras cansadas pero que reflejan la satisfacción de haber superado el reto. Veleta conquistado.